Nonagenarios felices


Hoy Maribel cumple 80 años, se dice pronto. Tener una hermana octogenaria es cosa que impresiona. Uno lleva consigo la imagen de Maribel reinando en los guateques, convertida en cocinera egregia y en cronista oficial de Tejeda del Tietar (al respecto, léase: Isabel García Escudero, “Planeta Tejeda”. Diputación Provincial de Cáceres, 2018), y siempre fresca y lozana como una lechuga especialmente fresca y lozana, o como si fuera inmune en su interior al paso de los años (lo es, de hecho). Uno, en su inocencia, entendía que la condición de octogenario estaba reservada a los abuelos/as, luego fueron los padres y, ahora, la hermana mayor. El asunto, no se crea, tiene su miga.

Entre otras cosas, tener una hermana octogenaria significa que, aún con la distancia de años que me separa de la susodicha, uno tampoco es un niño y, si no, ya están las hermanas de uno para recordárselo. Y cuando no son ellas, es la Madre Naturaleza emitiendo señales que, bien interpretadas, nos avisan de que el momento ha llegado: aquella punzada paralizante que antes no estaba ahí y convierte el mero hecho de acudir al lavabo en una operación de alto riesgo; esotra furtiva lágrima precipitándose ladera abajo ante la imagen de la nietecita con su madre en Torrevieja (solo que el tiempo también ha pasado por ella y, lógicamente, tiene cosas mejores que hacer que hablar con su abuelo). Pero, sobre todo, hay un hecho que determina oficialmente la llegada del ser humano a lo que la moderna sociedad de “Consumo o Muerte” denomina eufemísticamente la “Tercera Edad”. Hablo de cuando uno se encomienda a la cajera del Hortifruti de la esquina, en su calidad de asesora especial encargada de la más sagrada de las misiones: la de “recomendadora” de nuevas series en Netflix. Llegado a ese punto, ya no hay sino resignarse a su condición de detrito social y esperar a que alguna alma caritativa le ceda el asiento en el autobús. Álea jacta est, que dijo el otro. Y es así que el eterno Peter Pan, acostumbrado a ser el centro de todas las atenciones, el niño mimado, la guinda en el pastel, etc., acude a un congreso sobre educación buscando reparar antiguas carencias para terminar viéndose rodeado por un mar de juventud, divino tesoro, y la mocedad tratándole con la conmiseración, por no decir la indiferencia que se dispensa a un mueble viejo. Algunos en mi caso terminan por tirar la toalla y se sumergen en las profundidades insondables de “Succession” para no salir sino para ir al lavabo. Otros, en cambio, continúan al pie de la obra como si nada. Es el caso de quienes nos ocupan: Ruy, Mauricio, Hermeto. Dos nonagenarios y un “casi”.

Se habla de 3 creadores de altos vuelos, tan activos hoy como cuando tenían 20 años, si no más. Y haciendo planes para el futuro, cada uno en lo suyo. La casualidad me llevó a ellos y ellos me acogieron en sus respectivos hogares con toda la cordialidad del mundo. Siguiendo al poeta, quien abre las puertas de su casa no está obligado a más, aunque un cafetito siempre se agradece. 





Tres eran tres

Ruy Guerra, cineasta, “caminante de la vida” (sus palabras), nacido el 22 de agosto de 1931 en la ciudad de Maputo, de donde que se le considere el padre del cine mozambiqueño y uno de los pilares del Cinema Novo brasileño, por añadidura. A fin de cuentas, los cariocas, como los de Bilbao, nacen donde les da la gana.

Mauricio Einhorn, de profesión sus armónicas, “bossanovista” de primera generación. nació en Rio de Janeiro un 29 de mayo de 1932, y aquí continúa viviendo, mismo apartamento, mismo barrio de Leme.

Hermeto Pascoal, artista absoluto, tridimensional, un pulsante bazar de música”, en palabras de su biógrafo, Adolfo Montejo, vio la luz en el municipio de Olho d´Água das Flores, estado de Alagoas, un 22 de junio de 1936 (se entiende que alguien como Hermeto no podría haber nacido en otro lugar).

Stress es tres tres

Para un madrileño trasplantado al Brasil, la residencia del H.P. en Rio tiene algo de “ramoniania” (de la Serna) y mucho de gabinete de curiosidades musical y pintoresco, allá donde lo rollos de papel higiénico serpentean por los muros convertidos en estilizadas partituras, hasta dar con el inodoro-caja de resonancia, y de esa guisa . Desde que nací se me mira como si fuera un bicho raro”, confiesa el susodicho a su interlocutor, “pero yo no hago nada que no haga cualquiera”. Para no extenderme, y por no querer repetirme teniendo en cuenta lo mucho que tengo publicado sobre el personaje y su entorno, me remito a lo dicho por Luiz Costa-Lima Neto en su brillante ensayo, Da casa de Tia Ciata à casa da Família Hermeto Pascoal no bairro do Jabour: tradição e pós-modernidade na vida e na música de um compositor popular experimental no Brasil”.

El apartamento de Mauricio Einhorn en Leme, es un jardín secreto, un Shangri-La de difícil acceso, como todo Shangri-La que se precie. Para llegar al mismo se hace necesario atravesar un largo pasadizo intramuros obscuro, alto, profundo, el cual se abre a un callejón interior a cuyo término están Mauricio y Detinha, y unas cuantas imágenes amarilleadas guardando silencio como fantasmas del pasado, el personaje fundiéndose con el entorno, y demás. Habrá quien diga que el apartamento del armonicista coronado es una casa-museo por la cantidad de documentos (cartas, partituras, fotografías) que atesora, fruto de sus muchos años al pie del cañón, y sí, pero no. En realidad, hay mucho más en Mauricio Einhorn de lo que parece, pero esa, como tantas, es otra historia.

Tercero en discordia, Ruy Guerra ha residido en todos y cada uno de los barrios que conforman la Cidade Maravilhosa “menos dos”, apunta, llevado por su azarosa vida sentimental. Su actual domicilio compartido es un coquetón chalé de 3 alturas erigido sobre los restos de un antiguo caserón en ruinas, y con las propias ruinas como material de construcción, barrio de Santa Teresa, según se entra, a la izquierda. Aquí cuenta con todo lo que necesita: un proveedor de puros Monte Pascoal - Mata Fina de toda confianza y un despacho equipado con los últimos avances en tecnología cinematográfica. Setenta años después de su estreno como director con “Os cafajestes” (traducible como “Los patanes” o, más propiamente, “Los gilipollas”), da los últimos toques a su próximo film mientras escribe el guion de los que le seguirán. Eso, sin contar su trabajo como actor, autor dramático…

Tres tigres nada tristes

Los nonagenarios del siglo XXI son así: infatigables. Las maletas siempre a punto, y el disparador donde corresponde, sea el último estreno teatral (una versión alucinógeno-musical del Quijote, en el caso de Guerra), una próxima gira mundial (Hermeto) o un concierto en el bar de Los Descasados (Einhorn), lugar tan encantador como su propio nombre indica. Con decir que Ruy Guerra tiene previsto vivir hasta los 117 años.

Y en esas estamos.

CGM


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