MI CASO CON ASTRUD GILBERTO



El mundo ardía por sus cuatro costados (Vietnam, la Guerra Fría, el free jazz...) mientras, en un rincón no necesariamente oscuro de Rio de Janeiro, dos viejos verdes ocupaban su tiempo acompañando el andar sincopado de una preadolescente camino de la playa (hoy habrían sido presos por ello) desde su puesto de vigilancia en el bar Veloso, hoy “Garota de Ipanema” Cierto es que, a fuer de exactos, garotas de Ipanema”, hay dos: Helô Pinheiro, la original, que puso su palmito de preadolescente, y Astrud Gilberto, que dio voz a la pieza resultante a cambio de 178 dólares, correspondientes a la cuota sindical. Y fue así que, pasado el tiempo, aquella “Garota de Ipanema” de Jobim & de Moraes se convirtió en“The girl from Ipanema”, en la versión que dio la vuelta al mundo a cargo de João Gilberto (guitarra y voz) y Stan Getz (saxo tenor) plus Norman Gimbel (autor de la traducción de la letra al inglés) y Astrud Gilberto (voz solista). Que la susodicha no fuera exactamente la cantante más afinada del mundo, no pareció importarles demasiado a los padres de la criatura. Tenían otros asuntos en qué ocuparse. Sucede que, para cuando terminó de cantar la que habría de ser considerada como el himno extraoficial de la bossa nova y de la comunidad voyeurística internacional, Astrud – para entonces, la señora de Gilberto - había cambiado a su marido por el saxofonista, dando comienzo a una relación nunca formalizada que duró lo que una “china” a la puerta de un parvulario. Tanto ella como su ex marido y Antônio Carlos Jobim, co-autor del tema y participante en la grabación como pianista y arreglista, decidieron establecerse en los Estados Unidos, cada uno por su cuenta. Todos terminaron regresando al hogar, menos Astrud.

El disco incluyendo la melodía de marras, convirtió a Stan Getz, por entonces inmerso en un periodo de inestabilidad emocional (vamos a dejarlo ahí), en el músico de jazz mejor pagado de la historia. Por donde, el saxofonista invirtió lo ganado en una mansión de lujo situada en las proximidades de Nueva York a la que prendió fuego en un tiempo record, lo que le condujo a la bancarrota, el divorcio y el exilio. Sabido es que, en su interín, Getz detestaba la bossa nova al punto de prohibir que cualquiera pronunciara la palabra en su presencia (doy fe de ello). Astrud, en cambio, siguió siendo la encarnación de la Chica de Ipanema hasta el fin de sus días, o poco menos, según testimonian sus discos para el sello CTI de Creed Taylor y subsiguientes.



En el año 1985 visitó Madrid para actuar en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, dónde si no. A sus 44 años, la cantora seguía deslumbrando con su belleza distante y sensual, su tipín de modelo de pasarela y su vestimenta discreta y elegante de azafata de primera clase. No lo vi así en mi previo, que publiqué en el diario Ya. Su título: “llega a Madrid la abuela de Ipanema”. Las cosas de los pocos años, se entiende.

Después del concierto, fui al camerino a saludarla. No llegué a hacerlo. Tenía la mano en el pomo, literalmente, cuando escuché alto y claro una voz femenina: “¿quién es el … (irreproducible)… que ha escrito eso de que soy la abuela de Ipanema?”. Ante lo cual, di media vuelta y tomé la dirección de salida procurando no hacer ruido.

Años más tarde, entrevisté a una compatriota de la susodicha, también cantante, cuyo nombre ocultaré.

- “En confianza, ¿soy yo, o Astrud Gilberto desafina como una bendita?”.

- “No eres tú”, me contestó la aludida de forma escueta a la par que elegante.

Astrud Gilberto falleció en el día de ayer por causas no determinadas. Espero que, allá donde esté, me haya perdonado.

CGM

El actual bar Garota de Ipanema, en el barrio homónimo.
Foto del autor.




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