El Feather
Soy adicto, lo he sido siempre, a las librerías de lance/los tienducos de baratillo/las disquerías tumultuosas de quinta, allá donde un disco puede ser toda una vida y cada libro es mi libro, y que se joda el autor. Rio de Janeiro, donde resido, tiene su circuito de librerías/disquerías de viejo que si no tiene la fama/el glamour del bonaerense es porque los de por aquí se dan en poco, salvo para algunas cosas (el fútbol). Con otra peculiaridad: esta de la que hablo es, también, la región de las putas y lo fue, en tiempos, de la gitanería, cuya contribución al nacimiento del samba está poco estudiada, por decir que lo está.
Entonces, que uno, a la que puede, va a la Academia do Saber (sic), avenida Passos 23-25, a ver lo que cae, las putas, por un lado, y el gato que habita entre Descartes y Diágoras de Melos, por el otro. A veces el animalillo deja su rastro en forma de boñiga surprise, pero en algún lado tiene que aliviarse, el bicho.
Total, que uno entra en semejante paraíso de las letras y se encuentra una boñiga de gato y aquel volumen añoso cuya simple visión le lleva de regreso a un agujero mal iluminado y peor ventilado en el barrio de Arguelles, años del tardofranquismo, según se entra, a la derecha, lógicamente; minúsculo corpúsculo de la madrileñidad donde un librero enjuto de origen judío, como todos los libreros enjutos, exponía nuestra ser de conocimiento a la realidad inmisericorde del mercado. Solo que él tenía lo que nadie más tenía en Madrid: “el Feather”.
En tiempos preglobalizados como aquellos, tener “el Feather”, dícese por la “Enciclopedia del jazz“ escrita por Leonard Feather en 1955, y reesecrita en numerosas ocasiones - constituía el sueño imposible de cualquier aficionado, por el precio, más que nada, las tasas de importación, etc. Uno tenía “el Feather” entre sus manos – manos de adolescente sarnoso, de aficionado sin posibles - y se sentía Platón en la Academia. “El Feather” – en esencia, un who´s who con añadidos - era una ventana abierta a la más alta erudición en materia de jazz. Todo lo que uno pudiera desear en términos de jazz, estaba ahí.
Tomé la costumbre de acudir cada de vez en cuando a aquel cuchitril escasamente iluminado, como clandestino, para tomar disimuladamente el ejemplar de la estantería y consultar tal o cual dato imprescindible para el artículo que me traía entre manos (uno entonces ya colaboraba con diversas publicaciones underground, y así). Aprendí a sortear la mirada inquisitorial del dueño del establecimiento al tiempo que desarrollé una insólita capacidad para memorizar los datos biográficos esenciales del intérprete en cuestión. Se entiende que el cuaderno de anotaciones y el bolígrafo estaban rigurosamente prohibidos. Y así, hasta que, un día, el libro dejó de estar ahí, sea porque alguien lo adquirió o porque fue devuelto a su lugar de origen después de años esperando a un comprador. Con él toda mi erudición se fue desagüe abajo.
“El Feather” – aquel “Feather” – fue mucho más que un libro: un festín de conocimiento en el desierto de las banderas victoriosas y demás. Todavía hoy soy capaz de reproducir en detalle la portada de aquel primer “Feather” de mi vida con el mismo lujo de detalles con que puedo describir la anatomía exuberante de Miss Playboy octubre de 1967, nacida Saskia Van Kampen, en el ejemplar que el camarada guardaba debidamente camuflado en un desván bajo las obras completas de Lezama Lima.
Han sido necesarios medio siglo, 8.141 kilómetros y una boñiga de gato para que vuelva a encontrarme con “el Feather”, en la edición que, creo yo, fue la última que vio la luz, puedo estar equivocado (véase foto). Algunas cosas han cambiado entretanto: Franco murió, la Humanidad camina a paso firme hacia su extinción y Miss Playboy octubre de 1967 anda perdida en algún lugar recordando sus días de gloria y desnudez. Por las mismas, hoy uno apenas precisa pulsar la tecla correspondiente para saber todo lo que hay que saber sobre el contrabajista Bill Crow, nacido un 27 de diciembre de 1927 en la localidad de Othello, Washington, su discografía completa, el modelo que utilizó en su viaje de Tacoma a Baltimore, en el año 1946 (un Ford A, por si se lo pregunta el lector) y quien es el tipo que asoma la cabeza detrás del ingeniero de grabación en la foto. Con el mismo esfuerzo uno puede convertirse en su amigo y conversar tranquilamente con él online sobre lo divino y lo jazzístico . En total, somos 2.600 amigos de Bill Crow esparcidos por todo el mundo. Tiene guasa la cosa.
No he probado a buscar el Feather en los comercios virtuales al uso si bien dudo de que exista una demanda para productos así. El ejemplar del que vengo hablando cuesta 4 ½ € al cambio. Una bicoca. Solo que no es de eso de lo que hablo.
“Uno es por lo que ha leído”
Jorge Luis Borges
Todas las fotos: JMGM
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