Modos de hacer historia



Hay muchas cosas que llaman la atención en el último post de Yavhé de la Cavada en Facebook:

1 La imagen de lo que parece ser un rapero actuando en lo que parece ser el pabellón de Mendizorrotza (Vitoria-Gasteiz) en lo que parece ser un festival de jazz (idem).

2 El texto que la acompaña: Esta noche pasará a la historia del Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz. Grande Kase.O Jazz Magnetism y grande el festival por programarlo, por todo lo que ello significa y representa”.

3 Los comentarios negativos al mismo mayoritarios, con alguna excepción.

Mi primer impulso fue pasar de largo, allá cada cual con su historia. Vivo a varios miles de kilómetros de distancia de Vitoria-Gasteiz y el festival, como que me importa poco, de donde que no haya leído ninguna de las crónicas de Yavé para el diario que fue el mío durante tanto tiempo. De haberlo hecho, seguramente, mi reacción hubiera sido otra. Y es que había algo en el comentario-proclama y las respuestas que me producía una desagradable sensación de incomodidad. Es lo que tienen las proclamas, que uno se ve obligado a posicionarse a favor o en contra de una u otra tendencia, y acaba por perder el foco de la cuestión, la carga simbólica del mensaje: un concierto de rap deviniendo la representación de una nueva era, el anciano festival volviendo a nacer, arrancando de cero, el rey ha muerto, viva el rey, etc.

O sea, que lo que empezó con la noticia no menos simbólica del fallecimiento del padre fundador, sucedida el mismo lunes en que arrancaba el festival, terminó 6 días más tarde con Gea dando luz a Urano, símbolo sobre símbolo, principio y fin, el ciclo de la vida cerrándose sobre sí mismo, y de esa guisa. Sólo que los símbolos, como las banderas y los misiles balísticos intercontinentales, no suelen traer nada bueno.

Vuelvo a Yavhé, de su artículo altamente elocuente publicado el 17 del mes en curso: “ (...) incluso Glasper, igual que otros referentes actuales como Kamasi Washington, Jon Batiste, Nubya Garcia o Shabaka Hutchings, entre muchos otros, cuentan algo que ya se ha contado en el pasado y, en gran parte de casos, considerablemente mejor. Pero lo más importante de artistas como ellos no es la música que hacen, sino que son embajadores y altavoz de la misma y de su contexto ante las nuevas generaciones” (el subrayado es mío). El símbolo, vuelvo a ello, es lo que tiene: prioriza la intención sobre el resultado, se adosa al mismo como un alien o una lapa y pasa por encima de lo único que realmente importa, que es decir la memoria, que es decir la historia, que es decir el ser humano. Cinco días más después de su fallecimiento, tuvo lugar el funeral por Iñaki en la Iglesia del Carmen con, apenas, media entrada y notables ausencias (ese viernes actuaban James Brandon Lewis, Xavi Torres y Arturo Sandoval). En cinco días, Iñaki había entrado a formar parte del pasado, que no de la historia.

Yo, no tengo por qué ocultarlo, tuve mis más y mis menos com Iñaki. La vida va de esto, y el que no lo entienda, que se dedique a cultivar margaritas. Ello no quita que tenga también algunas/bastantes cosas que agradecerle. Lo primero, haber creado un festival de jazz de la nada en tiempos en que España era un “desierto para el jazz” (Leonard Feather) y San Sebastián constituía el único oasis en el que el aficionado podía saciar su sed durante los largos meses del estío. Y eso queda ahí: la historia existe independientemente de que uno crea en ella. Por cada un "Kase.O Jazz Magnetism” ha habido cuatro “Oscar Petersons”, dos “Ella Fitzgeralds”, una “Sarah Vaughan”, un “Thomas Chapin”, una “Linda Sharrock”, un “Michel Portal”... cada una de aquellas visitas hubiera merecido un Jenofonte tomando notas en un cuaderno de espiral para la posteridad.

Conocer la historia sirve para saber que antes que Kasey.O hubo otros cismas, otros “años cero”… y, sí, también hubo comida cajún en una de las ediciones. Yo mismo me encargué de localizar al chef y llevarlo a Vitoria. Pero esa es otra historia.

La nota-proclama de Yahvé, unida a su crónica del concierto publicada el día anterior, celebran lo que se presenta como una toma de la Bastilla por parte de pueblo soberano, con el “nuevo” festival tomando el pulso de la calle, se empieza degollando al rey y se termina rediseñando el calendario gregoriano. El jazz, insiste, está vivo, aunque haya dejado de ser el sonido de la sorpresa, lo que cambia son los oídos con que el aficionado escucha a Kamasi Wasington o a James Brandon Lewis, a sabiendas de que ninguno de ellos ha descubierto América. Su reivindicación de la juventud como motor del cambio remite a Schopenhauer, Maria Martins (“la juventud siempre tiene la razón”) y Palito Ortega (“la juventud je je, la juventud ja ja, sabe lo que quiere, sabe dónde va”), de donde, la imagen de los tiernos infantes abandonando Mendizorrotza a todo correr tras asistir al recital de Kase.O para escuchar un disco de John Coltrane, llevados por una necesidad irrefrenable de completar su embrionaria formación como aficionados al jazz.

Otra cosa que tiene la juventud: el dinero del que viven los festivales.

Dicho sea al margen, la dictadura trendy-generacional que nace del para ti, porque eres joven” conlleva un sentimiento de pertenencia y la exclusión fulminante de quienes no está/estamos en el ajo por edad o porque no nos da la gana. No hace falta haber leído a Schopenhauer o a Palito Ortega para entenderlo.

CMGM


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