Americanos, os recibimos con alegría… (II)

Recordando a Dave Thomas


Hay que recordar… hay que recordar  

Fernando Fernán Gómez, El viaje a ninguna parte

 

A los más jóvenes, y a los que no tanto también, seguramente, su nombre les dirá más bien poco, pero así es la vida, el muerto al hoyo, y por ahí va la cosa.

David/Dave Thomas llegó a España para integrarse en la recién parida Orquesta de RTVE, una encomiable iniciativa de democratización de la música “culta”, con perdón, incluyendo la retransmisión urbi et orbi de la temporada de conciertos por televisión. Con esto, que a Dave era fácil reconocerle: era el único negro de la formación y, posiblemente, el único no nacido en la península y/o islas y territorios adyacentes. Solo que Dave llevaba una doble vida, al estilo de la Séverine Serizy de Belle de Jour, como contrabajista clásico de día y músico de jazz por la noche, el smoking por el atuendo casual, Brahms y Mozart por Miles y Coltrane, etc.

Para una ciudad como Madrid en aquellos años del tardofranquismo y la Nada, tener a Dave Thomas tocando el contrabajo en Whisky & Jazz -un sonido rocoso, poderoso, contundente y, aun así, perfectamente afinado- o en el Johnny –mucho mejor aquí- era un lujo que, los que nacimos al jazz en fechas como aquellas, apreciábamos en su justa medida. Que no se habla de cualquiera. Dave venía de tocar en su tierra con McCoy Tyner, JJ Johnson y Earl Hines, y pudo quedarse ahí, solo que no le dio la gana. La curiosidad, su natural inconformismo, se lo impidieron. Y fue ese impulso de asomarse al exterior, pese al aviso, lo que le llevó a aproximarse a las nuevas corrientes cuando nadie en este país lo hacía. Y fue así que Dave reunió en torno a sí a lo más selecto de la marginalidad jazzística madrileña –Pelayo Fernández Arrizabalaga, Alfredo Cardá, Valentín Álvarez…- , proporcionando a los tales un camino a seguir/una razón para existir apelación a un jazzismo decididamente moderno/transfronterizo (1) entrelazándose con un necesario regreso a las fuentes, léase Tete Montoliu (2), Iturralde y demás. Y, junto a todo ello, la inmersión sorpendente, por inesperada, en las aguas del flamenco, con la que sentó las bases de una fusión, entonces, por venir (sin Dave Thomas no existirían el Niño de Elche o C. Tangana, aun cuando ni el uno ni el otro, posiblemente, hayan oído hablar nunca del norteamericano).

Visité a David Thomas en su chalet del barrio madrileño-madridista de Ciudad Jardín. Dave era un hombre discreto, elegante, afable, inteligente. Llevado por su discreción, ocultaba los síntomas de la enfermedad que habría de llevársele en poco tiempo. Por lo que recuerdo, bebimos únicamente té.


El presente artículo está basado en la entrevista publicada en la revista Ritmo núm. 591, correspondiente al mes de septiembre de 1988, si bien el autor ha optado por cambiar el formato original de pregunta-respuesta por un texto corrido.

 

El Dave Thomas Nusic Inc.en acción:de izquierda a derecha, Alfredo Cardá, trompeta; Dave Thomas, contrabajo; Valentín Álvarez, saxo soprano; Carlos Carli, batería; Pelayo Fernández, clarinete bajo.


Tengo 43 años. Nací en Detroit, estado de Michigan, en los Estados Unidos. Mi madre era cantante de ópera, mi padre también cantaba, como aficionado. Éramos bastante pobres, pero por lo menos había un cierto ambiente artístico en la familia.

Estando en la secundaria, decidí estudiar música. Mi idea era llegar a ser músico sinfónico, sin embargo, a partir de los 15 años, empecé a tocar jazz con los amigos. Ya en la universidad, empezamos a actuar en festivales que se organizaban aquí y allá. En uno de ellos, me encontré por vez primera con John Coltrane y McCoy Tyner. Yo tenía 20 años, para mí, eran dos mitos. Mucho más tarde llegué a tocar con McCoy.

En el año 1969 viajé por Sudamérica con una orquesta sinfónica y, en Lima, conocí a Igor Markevitch. Hablé con él, me dijo que le gustaba cómo tocaba y me hizo una prueba para entrar en la orquesta de RTVE, que él mismo dirigía. Total, que me vine para un periodo de un año y me quedé diez.

Aquí, me encontré con Tete Montoliu en el viejo Whisky Jazz, y empecé a dejarme caer por allí de vez en cuando. Al mismo tiempo, me junté con el grupo de músicos jóvenes que entonces estaban empezando a hacer cosas. Nos reuníamos en la Escuela de Ingenieros Industriales y, en 1971, creamos la asociación “Jazz Forum”, que fue un intento de unir a todos los que querían saber de jazz y no sabían cómo, y darles una salida. Jean-Luc Vallet, Pedro Iturralde y yo éramos los encargados de dar las clases. Entre los alumnos estaban Miguel Ángel Chastang, Víctor Merlo, Alfredo Cardá, Jorge y Jesús Pardo, “Carlangas” (Carlos González), Pelayo Fernández… fue una época muy bonita. Llegamos a organizar un festival en el Colegio Mayor Pio XII, pero vino la poli y lo prohibió por subversivo.

De allí seguí tocando con diversos grupos y volví a los Estados Unidos para unirme a la Orquesta Sinfónica de Detroit. Me dije: “ahora sí, voy a ser músico sinfónico, voy a dedicar todas mis ideas y todo mi tiempo a una sola cosa por primera vez en mi vida”, pero muy pronto me di cuenta de que, como siempre, era incapaz de hacerlo porque, en el fondo, no creía en ello. La realidad es que, al final, todo es la misma cosa, da igual lo que toques, si es jazz o clásico, o lo que sea. Siempre he pensado: “¿por qué no voy a hacer muchas cosas a la vez?, ¿por qué tengo que limitarme a una sola?” Lo que importa es estar a tope en cada cosa que haces, sólo así viene el mensaje.

Me decían que para ser jazzista tienes que luchar en la calle y pasar hambre, y llegué a la conclusión de que mi forma de tocar era totalmente diferente a la de los demás músicos de jazz precisamente porque mi vida era muy distinta a la de ellos. Había vivido mucho tiempo fuera de los Estados Unidos y me sentía identificado con otras formas de escuchar y ver. Durante los 2 años que estuve de vuelta en los Estados Unidos me chocaba todo. Aquel ya no era mi país, en algún sentido. Sin embargo, la estancia me sirvió para encontrar mi identidad, algo por lo que llevaba luchando denodadamente durante toda mi vida y que pensé nunca iba a conseguir. Entonces llegué a la conclusión de que, o me adaptaba nuevamente al país, o me marchaba. Además, el contrato que me unía a la Orquesta Sinfónica de Detroit expiró y, no menos importante, mi mujer quería volver a España.

Ya de vuelta, estaba una noche tocando en un club cuando se me acercó José Luis de Carlos (3) y me preguntó si estaría interesado en escribir los arreglos para un disco de Manzanita. Yo no tenía ni idea de flamenco, así que me decidí y le dije que sí, naturalmente (risas). Me presentó a Manzanita y grabamos una maqueta con el bajo, la percusión y la voz. Me llevé la casete a casa y empecé a trabajar. Como todas las cosas que se hacen por primera vez, fue una absoluta maravilla. De ahí salieron nuevos trabajos y un disco con mi grupo que no se ha editado porque enfermé.

No pretendo y nunca lo he pretendido saber lo que es el flamenco, la música y cuanto la rodea, su mundo… cuanto más tiempo llevo metido en todo ese mundo, más profundo lo veo. Pero me interesa cualquier música que hace vibrar. De ninguna manera podemos pensar que lo que conocemos por el simple hecho de haber crecido con ello, es todo lo que hay. Me gustan las sensaciones nuevas, lo desconocido, quizás por eso ando metido en tantas locuras…



Lo que me encanta de Madrid es su individualidad, la gran variedad de puntos de vista que conviven en esta ciudad, lo que es esencial para que exista una escena viva de música improvisada. Hoy oyes a Pelayo (Fernández), a Alfredo (Cardá), a Jorge (Pardo), tres formas distintas de tocar y las tres bien asentadas, y esto se consigue tocando, sencillamente.

Uno de los medios más eficaces para transmitir la historia es tocar con los jóvenes. Hace diez años era impensable que pudiéramos escuchar a un joven tocando en el estilo de Coltrane o en el de Lou Donaldson, pero ahora hay una generación de chavales de 19 y 20 años lingüísticamente estupendos, y no sólo en Madrid.

Tengo un contrabajo para la orquesta y otro para el jazz, ambos con cuatro octavas añadidas. El contrabajo de jazz es más rápido por la facilidad que ofrece a la hora de pasar de una posición a otra y conseguir determinados efectos. Perteneció al bajista de Los Cinco Latinos y anteriormente a Bedeguer, el compañero de Casals. El de orquesta es un Gemunder, alemán, el mejor que existe.

Tocar clásica exige un mayor trabajo porque se toca siempre con arco y, por lo tanto, el sonido es constante, mientras que en jazz se usa sobre todo el pizzicato, con lo que la duración del sonido no es lo suficientemente larga como para apreciar ciertas desafinaciones… supongo que algunos contrabajistas de jazz estarán agradecidos (risas).

Yo creo que el sonido del bajo debe estar siempre presente. El músico está para impactar fuertemente sobre el estado emocional del oyente. Incluso cuando estoy escuchando una orquesta clásica, si no oigo claramente los bajos, tengo la impresión de que hay algo que no funciona como debiera. Tengo reputación de empujar demasiado, pero considero que esa es la manera más eficaz de mantener la atención.

Llegué a la conclusión de que la música tiene un poder, una energía, con la cual no sólo te sientes emocionalmente encandilado, sino que también recibes un mensaje absolutamente concreto. De repente, empiezas a entender a un nivel completamente diferente de lo normal, no con palabras sino con imágenes. En un grupo con Cardá y Pelayo hicimos un curso de hipnosis para tratar de controlar esos estados inexplicables de inspiración en los que existe una unidad de vibraciones en público y músicos; porque no vienen cuando uno quiere. Entonces, llamamos a un psicólogo para que nos diera el curso. Antes de tocar, escuchábamos una cinta con sonidos del agua fluyendo e inmediatamente nos poníamos en un estado llamado “alfa”. Los resultados fueron extraordinarios por lo que se refiere a la relajación, concentración y recepción de la música. Me quedé absolutamente alucinado tras comprobar que ese estado existe realmente. Ahora, me gustaría repetir la experiencia ante una audiencia no jazzística, a ver qué pasa.


De izquierda a derecha: Pepe Nieto, Vlady Bas, Juan Carlos Calderón, Dave Thomas 

Los días de salir al escenario y dejar pasar lo que sea, han pasado a la historia. El músico de jazz tiene que entender que no pasa nada por tocar pulcramente, por cuidar los detalles, y eso es una cuestión de eficacia. No tiene que ver con los estilos. Tanto el free jazz como Michael Jackson o Beethoven hacen vibrar, comunican, y el oyente siempre va a preferir eso a una música ineficaz. No creo que hoy por hoy se pueda suponer nada ni aceptar ningún dogma. Lo importante es comunicar, el resto es superfluo.

Lo que tocas en una orquesta sinfónica es lo que está escrito. Punto. Hay alguien que decide el qué y el cuándo sí, cuándo no. En el jazz, esa misma pulcritud debería instaurarse en lo relativo a las ideas. Cuanto más cristalinas son, más directo es el mensaje, piense en un Coltrane, un Miles… en la música clásica nunca va a coincidir lo que tú vas a sentir con lo que sentía Beethoven en un momento dado, pero es que tampoco tiene por qué coincidir. Si al escuchar a Beethoven vibras es la señal de que el mensaje te ha llegado, no importa si eres tú el que lo haces vibrar como intérprete o es el compositor quién lo hace a través de su música. 

No me gusta la idea de tocar todas las noches en un club. Me gusta mucho interpretar a Bach por la mañana, cuando hay esa luz tan especial… y, claro, también me encanta el jazz. Lo bueno es que puedo tenerlo todo. Soy afortunado, hago exactamente lo que quiero hacer.

 

Notas

(1) Especialmente recomendable https://www.rtve.es/play/videos/jazz-entre-amigos/david-thomas-music-inc-22-01-1986/5855154/

Alfredo Cardá y Dave Thomas durante la grabación del programa 

(2) Al respecto, “Tete Montoliu - Jazz en España” (RTVE Música 63013, 2005)

(3) Sobre Luis de Carlos, véase https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Luis_de_Carlos

Para más información sobre David Thomas, véase Javier de Cambra, David Thomas, impulsor del 'jazz' madrileño, murió de cáncer linfáticohttps://elpais.com/diario/1988/06/09/cultura/581810418_850215.html

 

 

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