Bob, Burton,y otros “hasta luego”


Hay que escuchar a Jorge Pardo cuando habla de quienes se nos han adelantado en el viaje a ninguna parte, con qué sutileza evita la palabra “adiós” y la sustituye por un sencillo y tierno “hasta luego”. Jorge es un hombre sabio y, como a mí, se le han muerto tantos compañeros de viaje que uno termina por perder la cuenta. Lo que viene a cuento por el fallecimiento en un mismo 28 de junio, de dos instrumentistas ligados a la memoria sentimental de unos cuantos, Bob Sands y Burton Greene: difícil imaginar dos creadores-seres humanos más distintos.

Bob era un granítico fuera de tiempo -“un reaccionario” le decía en broma, cosa que no le hacía maldita la gracia-, tan neoyorquino como madrileño, lo primero por nacimiento, lo segundo por elección. Un saxofonista de raza y un tipo amigable, con reservas. Puede que porque uno no es músico, o por tímido –no tengo motivos para pensar que realmente lo fuera-, o porque era hombre de pocas palabras, daba la sensación de que lo mejor estaba siempre por venir; como si se reservara a su círculo íntimo, sus amigos y colegas de profesión, y de esa guisa. No es crítica. Cada uno es como es y los músicos, todavía más, y los músicos de jazz, ya no digamos. Entonces, que uno tiene vivido muchas cosas escuchando a Bob, disfrutando con su jazz anacrónico y sentimental, escuchándole tocar los mismos oldies but goldies en el Café Central y en Bogui con esas, sus maneras de hombre de oficio, de artesano. Y porque la letra con collejas entra, en sus clases como jazz messenger no faltaron las susodichas. Lo cuenta Albert Bover en el sentido recuerdo que dedica al saxofonista-maestro en su cuenta de FB, y lo corrobora un supuesto amigo-alumno (en el diario El País): “cuando llegaba el momento de la música era sumamente cabrón”. O sea.

De Burton Greene se sabe menos, será porque el propio interesado se ocupó de que así fuera, o porque iba a su bola, también en lo musical. Greene, con “e” al final, era un candoroso bicho raro, un outsider, y por eso, y porque resultaba muy barato, decidimos traerlo José Manuel Gómez y servidor, para tocar en las Jornadas de Jazz y Amor de Burgos, año de 1981, Gómez, siendo director de las mismas, servidor como su ayuda de cámara, más o menos. Y ahí se nos vino, de bermudas y camisa hawaiana estampada, guiado por la buena fe de quién piensa que Burgos, en agosto, es Honolulu.

El concierto tuvo lugar entre los restos a cielo descubierto de un antiguo monasterio, en noche congeladora, de un frío de antes del cambio climático, algo sobrecogedor. Misteriosamente consiguió salir vivo de la experiencia, y aun siguió tocando durante cuatro décadas.

Greene era un artista discreto y lírico, un poco loco, a tono con los empeños en los que anduvo metido, así, sus estimulantes grabaciones primerizas para los sellos ESP y Actuel o las posteriores para Cadence, en las que desarrolla su faceta mística/universalista. Me cuentan que vivía en Ámsterdam en la semiclandestinidad, feliz y contento, en un piso con calefacción central y agua caliente las 24 horas del día.

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