Bob, Burton,y otros “hasta luego”
Bob era un granítico
fuera de tiempo -“un reaccionario” le decía en broma, cosa que no le hacía
maldita la gracia-, tan neoyorquino como madrileño, lo primero por nacimiento,
lo segundo por elección. Un saxofonista de raza y un tipo amigable, con
reservas. Puede que porque uno no es músico, o por tímido –no tengo motivos
para pensar que realmente lo fuera-, o porque era hombre de pocas palabras,
daba la sensación de que lo mejor estaba siempre por venir; como si se
reservara a su círculo íntimo, sus amigos y colegas de profesión, y de esa
guisa. No es crítica. Cada uno es como es y los músicos, todavía más, y los
músicos de jazz, ya no digamos. Entonces, que uno tiene vivido muchas cosas
escuchando a Bob, disfrutando con su jazz anacrónico y sentimental,
escuchándole tocar los mismos oldies but goldies en el Café Central y en Bogui
con esas, sus maneras de hombre de oficio, de artesano. Y porque la letra con
collejas entra, en sus clases como jazz messenger no faltaron las susodichas.
Lo cuenta Albert Bover en el sentido recuerdo que dedica al saxofonista-maestro
en su cuenta de FB, y lo corrobora un supuesto amigo-alumno (en el diario El
País): “cuando llegaba el momento de la música era sumamente cabrón”. O sea.
De Burton Greene se sabe
menos, será porque el propio interesado se ocupó de que así fuera, o porque iba
a su bola, también en lo musical. Greene, con “e” al final, era un candoroso
bicho raro, un outsider, y por eso, y porque resultaba muy barato, decidimos
traerlo José Manuel Gómez y servidor, para tocar en las Jornadas de Jazz y Amor
de Burgos, año de 1981, Gómez, siendo director de las mismas, servidor como su
ayuda de cámara, más o menos. Y ahí se nos vino, de bermudas y camisa hawaiana
estampada, guiado por la buena fe de quién piensa que Burgos, en agosto, es Honolulu.
El concierto tuvo lugar
entre los restos a cielo descubierto de un antiguo monasterio, en noche
congeladora, de un frío de antes del cambio climático, algo sobrecogedor.
Misteriosamente consiguió salir vivo de la experiencia, y aun siguió tocando
durante cuatro décadas.
Greene era un artista
discreto y lírico, un poco loco, a tono con los empeños en los que anduvo
metido, así, sus estimulantes grabaciones primerizas para los sellos ESP y
Actuel o las posteriores para Cadence, en las que desarrolla su faceta
mística/universalista. Me cuentan que vivía en Ámsterdam en la
semiclandestinidad, feliz y contento, en un piso con calefacción central y agua
caliente las 24 horas del día.
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