Y con este sencillo gesto queda inaugurado mi nuevo blog. Con él, pretendo continuar por el camino abierto por “Tocar la vida”; o sea, que donde termina “Tocar la vida”, el libro, empieza “Tocar la vida”, el blog.
Se trata de profundizar en la reivindicación necesaria de la figura del músico de jazz y cuanto le rodea y es consustancial al mismo, siendo que todo ello (el músico y su circunstancia) se haya en peligro de extinción, como se explicita en el subtítulo de ambos, el libro y el blog. Su contenido (el del blog) vendrá dado por los textos, entrevistas, etc. que, por un motivo u otro, quedaron fuera del montaje final, y otros de nueva factura que tienen que ver con el tema a tratar, empezando por el que sigue, dedicado al pianista Bud Powell.
Espero veros por aquí.
PD: del viejo “Jazz y
otras hierbas” os hablo en la próxima.
Bud Powell, una carta de amor no correspondido
“Solo me
interesa lo que no entiendo”
Harold
Bloom
(Crítico y teórico literario)
Vengo de leer las memorias de Woody Allen en inglés,
en el original, y la sensación que a uno le queda de pues bueno, pues vale.
Apropos of nothing” (1) es un libro
desganado, una cosa de salir del paso o, más exactamente, un ajuste de cuentas
-Allen contra el mundo, su ex y las/os hijas/os de su ex-. Nuestro hombre
parece estar escribiendo de corrido/a su pesar, salvo por lo que toca a su
honra, la parte más peñazo y la única que parece interesar verdaderamente al
autor, pero no voy a repetir cuanto se ha dicho y escrito sobre el asunto (2).
La cosa, que hay que llegarse a la página 392, de
las 392 páginas de que consta el bicho, para acceder a la parte mollar, allá
donde el autor da cuenta de sus sueños imposibles, lo que le hubiera gustado
ser al califa de no haber sido el califa. Allen se
pregunta: “If I could trade my talent for any other person´s, living or dead,
who would it be? No contest - Bud Powell”.
Uno hubiera pensado en cualquier otro, Scott
Fitzgerald, verbigracia; o Ingmar Bergman, o George Lewis, o George Gershwin,
pero… ¿Bud Powell? (3)
Imagino al lector familiarizado con la vida y obra
de Powell, su efímero pasar por el Bulevar de los Sueños Rotos o a Medio Romper,
sus grabaciones para los sellos Blue Note (altamente recomendables) y Verve
(que, debo decirlo, no se encuentran entre mis favoritas), y el exilio, que
Francis Paudras retrata en uno de los biobooks
más conmovedores que nadie ha escrito sobre un músico de jazz (4).
Powell inventó el piano de bebop, se nos dice; todos
los que vinieron tras él han seguido sus pasos de un modo u otro, se nos
insiste, lo que estaría bien sino fuera porque reduce el legado del susodicho a
una escolástica desabrida, o a un método prêt-à-porter, “Toque Vd. el piano de
bebop en 17 cómodas lecciones”… sucede que Powell fue mucho más que eso. Un
poeta, cabría decir, sólo que no todos sus oyentes estaban a la altura de su
lirismo afilado y denso, dramático y hasta cruel. Algunos, todavía no lo
estamos.
Powell tradujo el vendaval bioquímico que sacudía
sus rincones más oscuros a una
suerte de esperanto multiusos de probada eficacia (5). Con él, la música de jazz llegó a un nivel intensidad que no
volvería a alcanzar hasta Coltrane. Con una diferencia: mientras que el
saxofonista resucitó al tercer día convertido en el santo y gurú de toda una
generación, y las que se sucedieron, Powell fue heroica/hermosamente derrotado
en su lucha solitaria contra sí mismo, vuelvo a Paudras.
La
intensidad de su interpretación era tal que tenía problemas respirando entre
frases, sus ojos se le disparaban… tenía la mirada preocupada de alguien que
está a punto de lanzarse a lo desconocido y ha llegado al límite de la asfixia –
Francis Paudras (traducción libre, como las que siguen).
Y es por Woody Allen que vuelvo a Bud Powell, empezando por el final, sus grabaciones en el Golden Circle de 1962 (cinco volúmenes, editados originariamente por el sello danés Steeplechase) y “Bud Powell at home”, significativo título tratándose de un apátrida en ejercicio (las grabaciones fueron realizadas en el domicilio de Paudras, en París, por el propio Paudras, en su piano de andar por casa, valga la redundancia, y con el acompañamiento ocasional del susodicho tocando las escobillas).
“BP at home” tiene el toque distintivo de la
distancia, el aroma a rosas y café del exilio parisino, bonjour tristesse; y es Powell siendo más fiel a Monk que el propio
Monk (“Ruby my dear”), lo que lleva a preguntarse quién influyó en quién
(volveré sobre el tema).
En su pasear desprejuiciado por un repertorio
variado y familiar, el pianista adopta un tono irónico y sutil, o sutilmente
irónico, además de inusualmente conciso. Uno no puede escuchar “Bud Powell at
home” sin sentir un cierto sentimiento de culpa, como si se estuviera asomando
a un álbum de fotos familiar sin el permiso de los dueños de la casa.
Había algo casi indecente
en hablar sobre Bud – Francis Paudras.
Uno es de los que opinan que, incluso en el jazz, el
cliente no siempre tiene la razón, dígase por la ola de grabaciones
inéditas/”históricas”/“imprescindibles” que nos invade, y nos idiotiza.
El jazz
nació desafinado (y quién diga lo contrario, miente)
Me gustan las grabaciones del Golden Circle por
muchos motivos. Porque fueron unánimemente denostadas por la crítica en el
momento de su edición. Porque el sonido es atroz, el piano es una pesadilla, el
pianista estaba muy lejos de estar en su mejor condición, y el acompañamiento
–sus nombres, Torbjorn Hultcrantz, contrabajo, y Sune Spangerg, batería-
resulta tan estimulante como un cubalibre
diet en noche
de farra. Razones
más que suficientes para justificar el interés por estas grabaciones… además de
que uno no está para perder el tiempo con niñerías, ¡qué coño!
La misión de los acompañantes era despertarle entre un set y el siguiente y recordarle que debía tocar – Francis Paudras
Ethan Iverson, en “Do the math”, lleva a efecto un pormenorizado análisis de las grabaciones de Powell en estudio para llegar a la conclusión de que, como sus directos, nada (uno piensa que para este viaje no habrían hecho falta alforjas, pero se lo calla).
Dice más Ethan I.: “los dos (se refiere a Powell y
Monk) suenan estupendamente en un buen piano, pero a veces suenan incluso mejor
en uno vertical”, lo que remite al difícil arte de sonar bien sobre un mal
piano, especialidad de la que ambos, Powell y Monk, fueron maestros consumados (6).
Entendido de esta manera, no podría haberse elegido
un instrumento mejor ni más adecuado al pianista que el que suena en estas
grabaciones, absolutamente fuera de tono e imprevisible, en su capacidad de
generar toda suerte de sonidos indeseados/insospechados. Bien es cierto que Powell
corresponde estableciendo un nuevo record mundial de fluffs (pifias, lo que en la jerga del
tenis se conoce como “errores no forzados”), algo que para sus seguidores
constituye un elemento imprescindible del mensaje (7). O sea, que donde unos
vieron decadencia y ruina, otros encontraron una muestra de madurez y
sapiencia, y en esas estamos.
La vida
consiste en aprender a distinguir entre lo que es verdaderamente importante y
lo que parece que es verdaderamente importante – Art Blakey, con bastante
probabilidad.
Es justo en esos momentos que el artista, llegado al
crepúsculo de sus días, se despoja del exceso de equipaje para quedarse,
apenas, con lo esencial. El tiempo ha dotado a su palabra de un significado
profundo y conmovedor que antes no tenía. Sin piano, sin acompañamiento, sin
(apenas) público… Powell está solo como siempre estuvo, desafina sobre un piano
desafinado, y lo que sale es la Vida (8).
En un momento pide que le acerquen el micrófono.
Y canta.
This is no laughing matter
Somehow I want to cry
I know your sweet and idle chatter
Really means goodbye.
This is no laughing matter
I thought we'd never part
This is no time for pretty patter
While you break my heart (9)
Lección de
geografía con Elvin Jones
La música era, ya entonces, lo más importante después
del sexo (algunas cosas no han
cambiado mucho en mi vida). Y lo que uno escuchaba: Haendel y los Bravos,
Sandie Shaw y Louis Armstrong, luego Jethro Tull y Soft Machine. Hasta que un
solo de Elvin Jones se cruzó en mi camino robándome el alma, el corazón, la
vida y algunas cosas más. Y surgieron los porqués. ¿Por qué
este golpe justo en este momento?, ¿y por qué el que le sigue, y el que le
precedió?... ¿qué me está queriendo decir Elvin Jones con todo esto?
Escuché aquel solo maldito cien, mil veces, sin obtener
respuesta a mis súplicas (entonces no había libros sobre jazz en los que
informarse, ni se editaban revistas ni, apenas, discos). Era Elvin Jones contra
cinco siglos de educación judeocristiana-carpetovetónica-franquista, y así. Necesité
un tiempo y algunas sustancias psicotrópicas de uso generalizado entre la
población carcelaria para entender que no había nada que entender, porque que
hay razones que la razón no entiende, señora, si no lo sabe, más vale que lo deje.
Pasado el tiempo, hemos llegado a “entender” a Elvin
Jones, si se me entiende lo que quiero decir; y a Thelonious Monk, y a Cecil
Taylor… sin embargo, Powell se nos sigue escapando entre los dedos de las manos.
Aun formando parte del establishment (pero las apariencias, también en el jazz,
engañan), el neoyorquino continúa siendo un músico “difícil”.
Incluso en tiempos como los actuales, seguir a BP en
sus vuelos rasantes por el teclado exige una capacidad de concentración que
supera nuestra limitada capacidad de procesar la información que nos llega,
cuanto menos la mía. Powell son dos
manos, dos pianos, conviviendo no siempre en armonía (entendida la tal en
términos convencionales). Un lío.
Me interesa Bud Powell, precisamente, por eso: por
lo que tiene de ininteligible, de inefable. Nos sentimos perdidos en un tsunami de sonidos en la misma medida en que
su música nos atrae irremediablemente, como si la capacidad de
seducirnos intrínseca a la misma se asentara en su facultad de aturdirnos, de
aletargarnos... necesitamos una lógica,
una línea argumental… somos capaces de reconocer su existencia, pero no la
podemos descifrar.
El único
modo de explicar la música de Bud Powell es sentarse y escuchar. Todo lo demás
es una pérdida de tiempo – Francis Paudras
No es la
belleza “bonita” o brillante, sino algo más, algo más profundo – Francis
Paudras
Su
interpretación raramente excede el registro de la voz humana. A lo
mejor, esta es una de las claves que vienen a explicar la misteriosa
fascinación que ejerce sobre sus audiencias… ¿qué existe que sea más conmovedor
que la voz? – Francis Paudras
Bud Powell es un poema
sin puntos y aparte fuera de cualquier convención; una mezcla entre Mario
Benedetti en “Testigo de uno mismo”, y T.S.
Elliot, “The Waste Land” (“La tierra baldía”), hágase idea el lector. Su dibujo
melódico, que es decir, su fraseo (fraseo viene de frase), se mantiene al margen de
concesiones y lugares comunes. Es difícil, por no decir imposible, encontrar
una frase suya que se repita de un solo a otro.
Dardos envenados
Powell emerge del mundo
de las tinieblas –los ataques de pánico, la ansiedad, la esquizofrenia,
los electroshocks…- para disparar sus flechas a la velocidad de un misil tierra-tierra
o de un mecanógrafo superdotado; un coro lleva a otro y al siguiente dejando
en el oyente una sensación de perplejidad y desasosiego. Powell ha descubierto
el secreto del movimiento perpetuo.
Bud toca deprisa siempre que existe un mensaje imperativo que expresar,
pero su pensamiento debe funcionar todavía más rápido para ser capaz de predecir
de una forma tan bella lo que va a suceder a continuación – Francis Paudras
Como en Nietzsche, su
espacio es la línea recta continua, lo que le aleja definitivamente de Monk.
En la composición, lo inmutable (lo espiritual) se expresa mediante la
línea recta y los planos de no-color (blanco, negro, gris) – Piet Mondrian
Hablar la verdad es disparar las flechas del modo correcto – Zoroastro (supuestamente),
recogido por Friedrich Nietzsche
Sumergido en un tumulto
de ideas, toma todos los riesgos, algo que, para Paudras, es la base misma de
su estilo. Está librando un combate agónico contra fuerzas
superiores a él. Su honestidad –la honestidad de quien ha elegido la verdad
frente a “la cobardía del idealista, que huye delante de la misma”
(Zoroastro-Nietzsche) - nos desarma.
“Anthropology” (Montmartre Jazz Club, Copenhagen 1962)
Sentado de través sin mirar al teclado, mirando a ningún lugar, mascando chicle (?), ausente, firme, frágil (la audiencia, el instrumento, son meras contingencias), los dedos de la mano derecha como baquetas percutiendo el marfil... la imagen de BP sentado al piano evoca las maneras del intérprete clásico (algo que Paudras, él mismo un pianista, valoraba particularmente) o bien, las de un oficinista virtuoso.
Good morning, Mr. Powell. My name is Ornette
Coleman. I´m a saxophonist and all my music is based on the intervals and
changes of the sevenths in your left hand – citado por Francis Paudras
Mientras, la audiencia bosteza…
https://www.youtube.com/watch?v=qVmQ6SC30yI
Termino la tarde escuchando a Melissa Adana online
desde el club Smalls, en Nueva York. Su propuesta irreprochable/transparente no
ofrece ningún problema de interpretación.
CGM
Notas
(1) Woody
Allen, “Apropos of nothing. Autobiography”. Arcade Publishing, 2020. Edición en castellano por Alianza Editorial, con traducción de Eduardo Hojman.
(2) Exagero,
claro está. “Apropos of nothing” tiene muchos puntos de interés para los “Allen-adictos”,
no tanto para quienes no lo son.
(3) If I had to choose one single musician for his
artistic integrity, for the incomparable originality of his creation and the
grandeur of his work, it would be Bill Powell – Bill Evans.
(4) Francis
Paudras, “Dance of the infidels. A portrait of Bud Powell” (English translation
- Da Capo Press, 1998)
(5) Powell pudo ser concebido en sus inicios como un
Tatum ensombrecido/resignado/triste, así como McCoy Tyner fue un Art Tatum
supervitaminado y mineralizado, y Tete Montoliu, un Powell alimentado a dieta
de mar, sol y botifarra amb mongetes.
(6) Inadaptados,
taciturnos, solitarios,
ausentes, Powell y Monk compartían su común afición por las matemáticas, lo que
explica muchas cosas (pero ese es otro tema). Sobre la aportación de BP a la historia del jazz, acúdase a Paudras: Bud era superior musicalmente a
“Bird” (Charlie Parker)”. Su papel crucial como profesor e inspirador de
un nuevo paradigma en el lenguaje jazzístico conocido como “bebop”, desarrollado
a partir de los hallazgos del baterista Kenny Clarke, no siempre ha sido
reconocido, o casi nunca lo ha sido. Paudras lo achaca a los celos que despertó
entre algunos señalados compañeros de generación, unido al propio desapego del
interesado.
(7) Entiéndase
que una cosa son las “faltas de ortografía” de Monk, y otra las “notas equivocadas”
de Powell, entendidas como un signo de identidad o de torpeza, dependiendo del
punto de vista. Fueron esas notas erradas o pifias las que llevaron a que Oscar
Peterson sufriera un ataque de apoplejía, o así, en su visita al club Blue Note
de París. Incapaz de soportar semejante atentado a su dignidad como pianista y canadiense,
Peterson abandonó la sala con la pompa y circunstancia que le eran propias a
nada de comenzar el segundo número. No fue la primera vez ni, seguramente, fue
la última: nada que deba sorprendernos. Llama la atención, en cambio, la
furibunda crítica del también pianista Martial Solal, publicada en la revista
Jazz Magazine, con el autor revolviéndose ante “la sucesión de notas equivocadas y arpegios pifiados” que, a su juicio,
ensuciaban innecesariamente la ejecución de Powell (en Paudras).
(8) Ellos (la audiencia) han envejecido mientras Bud ha
escapado al tiempo. Están atados obstinadamente al pasado y parecen pensar que
cualquier evolución le es imposible. / La suya es una lucha contra el estereotipo.
/El público solo quiere escuchar el
sonido de los viejos discos cuando su interpretación ha alcanzado una nueva
dimensión. / Powell ya no busca la velocidad
a cualquier costo. / En sus nuevas
composiciones, Bud se acerca cada vez más a la abstracción – Paudras.
(9) En
su faceta de vocalista, Bud Powell se muestra como una versión comedida de Fats
Waller, salvando las distancias. Para más información, escúchese a Art Blakey
en su única grabación cantando, que uno sepa (“For all we know” - Art Blakey, Dr. John, David “Fathead” Newman. “Bluesiana Triangle” Windham Hill Jazz, 1990).
El autor quiere dar las gracias más efusivas a Sara García Hernández sin cuya ayuda ni este artículo ni este blog hubieran sido posible. !Gracias, hija!
¡Qué alegrías te da la vida, solo muy de vez en cuando, al descubrir en blogs como este combinaciones tan maravillosas como la que se nos regala; música y narrativa, lenguaje y sentimiento a tumba abierta!. Regalo, sí.
ResponderEliminarEl jazz como hilo conductor de una historia con epicentro en (San) Bud Powell. Hambre por descifrar y descubrir el alma de algo indescifrable, esta música, tan cercana y carnal, hiriente, bella,… y mil cosas más. Como la vida.
Gracias de corazón.
Querido Meestoybuscandolocamenti (me encanta). Disculpa la tardanza en contestarte pero soy bastante torpe en esto de las nuevas tecnologías (y en las viejas también) hasta que, por fin, he averiguado cómo funciona el asunto (gracias a mi hija Sara, que todo hay que decirlo). Me ha emocionado profundamente tu comentario que sintoniza exactamente con lo que pienso sobre la música, la narrativa, etc. y coinciden con mis aspiraciones cada vez que me siento delante del ordenador, la máquina de escribir, la hoja de papel... Mensajes como el tuyo le dan sentido al trabajo de uno.
EliminarUn abrazo con todo mi cariño y agradecimiento.